Alejandro Neme

El escritor maldito

Hacé un comentario

Necesito tu perdón.
Necesito que me perdones por no ser poeta romántico, como aquellos que a vos tanto te gustan. Te pido disculpas por no expresar en un soneto las emociones que nacen de mi alma cuando te sueño y que mi pobreza léxica jamás podrá precisar por escrito.

También te pido perdón por nunca animarme a una historia sonrosada y de conclusión feliz, falacia perfecta de nuestra historia. Tal vez nunca escriba nada así. Quizá nunca viva nada así. Deambulo por calles dominadas por  sombras que alguna vez supieron ser personas y cuyas vidas son fuente para mi prosa. La furia de mis experiencias están muy lejos del cariño que me has demostrado. Aunque necesite nutrirme de este mundo deteriorado, quiero que sepas que nuestro paréntesis es el recuerdo que más me acecha en las horas de insomnio.  Tus palabras, compañeras de mi breve lapso de alegría, empantanan mi raciocinio y me arrojan al borde de la locura y de la culpa. Culpa por no tenerte. Culpa por haberte dejado, llorando por mi ausencia siempre presente. Lo único que me calma en las noches y me deja sucumbir ante Hipnos es el recuerdo de tu sonrisa, única riqueza que atesoro en mi memoria. 

Y te pido perdón por no ser como el poeta, a quien elegiste después de mi abandono, y quien pudo ofrecerte aquello que yo jamás te podré dar. Quiero que sepas que a lo mejor él pudo dedicarte los versos más tristes una noche, versos cuyo influjo te tomaron de la mano y te acompañarán de ahora en más por un sendero de ensueño de narcisos y tulipanes. Pero estoy seguro de que su ostentación con la metáfora, la aliteración o el retruécano no podrán falsificar en estrofa la intensidad del amor que alguna vez te tuve y que sigo teniendo.

--

Solo la acompañó el brillo de la oscuridad luego de que la pesadilla la arrancara del descanso. El ruido de la noche era más perturbador que la sucesión de imágenes que acababan de pasar por su cabeza. Los remanentes del sueño habían sido tan vívidos que no pudo evitar el entumecimiento de las piernas. Un sudor frío le recorrió la espalda, congelándola en ese instante de miseria perpetua. Tal era su dolor que ni frunció el ceño cuando se le humedecieron los ojos al recordar que ella estaba sola, que a su lado en la cama no había poeta alguno y que esa figura que acababa de soñar jamás había existido.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Distributed By My Blogger Themes | Designed By VeeThemes