Alejandro Neme

2015, Odisea al Reino Unido

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Hace ya un año hice mi primer viaje a Gran Bretaña.  Debo aclarar que yo no elegí el destino. El destino me eligió a mí. Todo empezó hace 25 años con un pibe al que mandaron a estudiar inglés y que luego con el paso del tiempo estudió para ser profesor y traductor. Ya en ese entonces nació la idea de ir al Reino Unido. No responder a ese deseo que germinó durante tantos años hubiera sido criminal. Al ir hice feliz al niño que imaginaba la vida de los personajes del coursebook en esas islas remotas, al traductor que estudió muchos años fonética y al profesor que enseña el idioma con pasión.

El problema principal siempre fue el dinero. Me hubiera gustado nacer en una familia acaudalada que me regalara viajes al exterior para mis veranos de adolescencia. No fue así. Para una familia de clase media baja (más tirando a baja) la idea de un viaje transatlántico era exclusiva de la alta sociedad. Sin embargo, mi familia sí me dio algo que quizá no hubiera conseguido en otro lugar: las ansias de aprender, de saber, de conocer y de alcanzar mis metas.

Aunque lograr el viaje no fue sencillo desde lo monetario, inicié el año 2015 con una idea fija: pisar las tierras anglosajonas. Primero tuve que asentarme en lo laboral para poder ahorrar unas monedas. La Internet está repleta de artículos de personas que viajan por el mundo mostrando lo "fácil" que es. En general, son atléticos jóvenes de veintitantos, en su mayoría de habla inglesa, que nos sugieren "vender la Mac" para trotamundear. Pero cuando la preocupación es pagar las cuentas, cuando no tenés una Mac para vender y cuando tu moneda está superdevaluada, la idea del viaje se hace muy lejana. Ni hablar si tu destino es uno de los países más caros del mundo (antes del viaje la libra estaba 21 a 1 en relación al peso).  No puedo negar que para ir a estos lugares hay que ahorrar un poco de dinero, aunque sea tan solo para el pasaje. Hay gente que viaja por allá con muy pocos centavos. Es un tipo de viajero con mucho coraje pero no es para todos. Mucho menos para alguien que salía del país por primera vez y que nunca fue un boy scout.


Mi segundo problema fue la cantidad de días: no quería menos de 30. Estaba encaprichado.  Si iba a irme de vacaciones después de mucho tiempo de trabajo sin parar, lo iba a hacer en grande. Catorce días o menos tenían gusto a poco. Además, quería ir en temporada alta (julio-agosto) porque el clima es más agradable, con muchas más horas de luz. Tanto mi presupuesto como mi margen de tiempo eran limitados.

A eso debo sumarle un tercer problema: el trabajo. ¿Qué empleador permite que sus trabajadores se vayan tantos días? Por primera vez en mi vida ser monotributista fue una ventaja. Me permitía "dejar de lado" mi trabajo durante 30 días. Pero, ¿qué hacía con mi labor docente? Al ser suplente en escuelas públicas no puedo tomarme una licencia excepcional y bajo ningún concepto quería renunciar. No son tantas horas pero siempre cuentan al final del mes.

Tenía las de perder. Confieso que leí todas las páginas con recomendaciones para encontrar vuelos baratos pero los pasajes no bajaban nunca de 35 mil pesos. Eso solo ya excedía por mucho mi presupuesto. Pero una casualidad fue el trampolín de Buenos Aires a Londres.


Google registra cada uno de nuestros movimientos para vendernos cosas. Por eso, un día de mayo, una ventana emergente de despegar.com le saltó a mi hermano con una oferta de un vuelo a Londres a 11.000 pesos.  Sin dudarlo, me llamó y me dijo exaltado: ¡te encontré el pasaje! Yo, desganado después de mucha búsqueda, accedí a ver qué ofrecían.  Para mi sorpresa, no solo el precio era bueno. Como la fecha coincidía con las vacaciones de invierno y la semana de exámenes de los colegios, era el vuelo perfecto para poder viajar. Ese era mi pasaje. Ese era mi viaje. Al instante desempolvé mi tarjeta de crédito y lo compré.




Ya tenía la fecha: del 18 de julio al 18 de agosto.

Ahora llegaría lo más divertido: planificar.


Continuará.

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