Alejandro Neme

Desde el otro lado

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Permítame resumirle mi historia.

Mi vida viró para siempre gracias al trágico accidente de mis padres. Primero porque mi tutor fue mi abuelo, un hijo de puta que no me aceptaba por ser el fruto del romance entre su hija y un "fracasado". Pero el accidente también cambió mi forma de ver el mundo. Según las pericias policiales, el auto de mis padres estaba en perfecto estado. Mi mamá había tomado el camino correcto. Era el día correcto y el tráfico mínimo. Su muerte carecía de lógica. Pero yo sí estaba seguro de que había un responsable: un ser invisible había puesto sus ojos sobre nosotros, pincelando con sangre las páginas en blanco de mi vida.

Vivir bajo la tutela de mi abuelo fue una experiencia miserable. Me culpaba de la muerte de su hija. Me obligaba a pasar fines de semanas limpiando su casona antigua porque "no tenía dinero" para pagar una sirvienta más. Además, no quería que estudie. Me decía que mi devenir era el mismo que el de mi padre, un pobretón sin huevos que le había sacado a la hija de su cuna de oro.

Mire, mi única ruta de escape eran los libros. Leyendo literatura fantástica y policial podía fugarme al menos por un rato de mi asquerosa vida. Tal vez las miles de páginas que leí en mi infancia fueron el germen de mi idea.  El viejo no merece vivir. Fue un grano en el culo de todos los que tuvieron que soportarlo. Su ambición y totalitarismo dañaron a decenas de personas, su hija incluida. El mundo estaría mejor sin él. Con su muerte se matarían dos pájaros con el mismo tiro. Por un lado, su existencia dejaría de contaminar nuestro planeta. Por otro, al ser su único heredero, yo podría tener el dinero que me corresponde. Y como tengo unos asuntos monetarios urgentes...

Pensé miles de formas de asesinarlo pero mi cobardía nunca me permitió llevar a cabo tal cometido. Usted se preguntará porqué no espero su muerte, que tarde o temprano llegará. Pero ese es el problema: tiene apenas sesenta años, y es una persona que jamás se enferma de nada. Ya voy a estar muerto el día que el viejo estire la pata.

Es por eso que se lo pido a usted, que tiene las agallas. Ayúdeme. No lo voy a lograr nunca sólo. Todavía tengo una copia las llaves de su casa de cuando vivía ahí. Puedo entrar en cualquier momento. Sólo necesito que usted eche un vistazo por mí.  Con eso me conformo.

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Las manos enfundadas en guantes negros toman la llave bañada en oro para abrir la puerta. El leve rechinar de la puerta abierta no es ruido suficiente para despertar al viejo, que duerme tranquilo en su cama king. Durante todo el trayecto desde la entrada hasta la cama del futuro muerto, las piernas deben moverse sigilosamente. En el bolsillo interno de la gabardina está el frasco con el veneno. Es simple: el líquido se debe vertir en la botella de agua que está al lado de la cama y que el viejo toma todas las madrugadas a las 4. No le gusta ir hasta la heladera porque el frío de la bebida le lastima los labios.

El asesino toma la botella con sus manos. Cuidado. Despacio. Sin Sonido. No respire. La tapa se abre. Luego saca el frasco de veneno del sobretodo y mezcla el líquido mortal. Todo está hecho. Ahora falta esperar que el futuro difunto tome el líquido... no sufrirá. La muerte será instantánea.

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—¿Usted quiere hacernos creer que no tuvo nada que ver con la muerte de este señor? ¿Sabe qué? Me parece que nos está tomando el pelo. Tenga en cuenta que está una comisaría. Todo lo que diga puede ser usado en su contra.
—¡No, no tuve nada que ver! No soy el responsable de la muerte de mi abuelo, ¡No hice nada!
—Entonces, ¿cómo me puede explicar que su pariente, sin tener familiares, amigos ni enemigos (salvo usted) haya muerto envenenado? La hipótesis del suicidio es puro cuento, ¡nadie se suicida de esa manera! Míreme a los ojos... todo el peso de la ley va a recaer sobre usted si no habla...
—¿No me mire así, no por favor! Está bien, lo confieso... tuve la idea de asesinarlo. Pero no lo maté... tuve ayuda...
—¿Y quién fue?
—¿Es que no se da cuenta? Mire hacia allá. ¿Ve a aquella persona detrás del monitor?  Es plenamente responsable, porque mató al abuelo con sus ojos. Si no hubiera echado un vistazo, si no hubiera leído lo del guante, lo del veneno, lo del asesinato, mi familiar seguiría vivo. ¡Es su culpa! ¡Él es mi cómplice!
—Entiendo. Tiene razón. Usted que está leyendo. Sí usted que lee. Me temo que va a tener que acompañarme.

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